lunes, 22 de septiembre de 2008
Escenas de un vals apasionado
Infidelidad: ¿acaso la tormenta no persigue a las noches estrelladas (y a la inversa)?
Noche. El titilar de las estrellas y una luna llena realzan la magnificencia del caserón de tres pisos, en medio del campo. Sobre la tranquera que inicia un sinuoso camino de tierra hasta la casa, cuelga un pequeño cartel de loza, del que se alcanza a leer, en letras azules, "L´Amour". Quietud. Una brisa agita levemente los pinos aún jóvenes, apostados junto al camino; se produce un murmullo entrecortado de hojas y ramas que adormila a los perros negros encerrados en una jaula detrás de la casa, silenciosamente imperceptibles. Luces. En el salón principal, en el primer piso, una espléndida araña colgante ilumina aristocráticas parejas que bailan al ritmo de valses clásicos, mientras que el resto de los comensales, también gente de la más alta alcurnia, se pasean vestidos de gala, relajados y sonrientes.
Sobre largas mesas, copas de cristal sueltan burbujas de champagne; la vajilla de plata refleja las luces de la araña y los brillos de las risas. Puertas. De ébano y vidrios espejados son las puertas que separan el salón del pasillo que lleva hasta las restantes habitaciones del caserón, y a la escalera de mármol blanco. Esas puertas se mantienen cerradas, al igual que la que divide el salón del frondoso balcón. Confort. Serios mozos van y vienen, atentos a cualquier necesidad. También está el señor Francis, quien hace uso de la casa desde hace ya más de un año y medio, y que auspicia de tanto suenan músicas prohibidas y aullidos embravecidos, donde se llevan a cabo orgías y ritos salvajes... Pero ya no hay tiempo: la dama, así como ha llegado, se va, se pierde en la oscuridad del pasillo.Francis entra al fin en la cocina, y observa la situación. Visiblemente confundido, hace un esfuerzo por recordar qué lo llevó hasta allí; pero su vista sólo le repite una y otra vez aquella imagen fugaz, unos instantes atrás. La cocinera, acertando el desconcierto, le propone no retener más el plato principal: carne de cerdo bañada en salsa agridulce. Francis duda unos segundos - la sirvienta muda aprovecha para cubrir con su sandalia un trozo de vidrio que había burlado la limpieza -; luego asiente con la cabeza y retorna al salón. El ambiente sigue festivo y distendido; incluso Cleaud, hermanastro de la dueña de casa, toma de un brazo a Francis y lo invita a acercarse a sus compañeros para participar de una discusión recién iniciada acerca de lo que verdaderamente está insinuando el cine polaco de vanguardia, tan en boga por estos días. Pero las charlas se interrumpen cuando uno de los mozos llama a todos los presentes: la cena está servida.
Mientras los invitados se aprietan muy gentilmente junto a la mesa, la figura de una mujer de largo vestido negro parece escabullirse, rápida, dentro de las oscuras fauces del balcón.
Infidelidad: merodear.
Francis piensa en un ratón.
Caroline tal vez esté de viaje hasta fin de mes.
Francis piensa en los ojos entrecerrados, pequeños, de un ratón nervioso asomándose apenas desde su oscuro escondite.
Caroline es su fianzé, y la dueña del caserón en medio del campo.Francis hecha una rápida mirada hacia todos los invitados, augurando el arte del buen comer.
Caroline, abrumada por el trabajo, nunca dispone de mucho tiempo para llamar.Francis sabe que el ratón está inquieto, observando desde el balcón.En su último llamado (hace ya varios días), Caroline dijo estar abandonando las ruinas de Machu Pichu para dirigirse hacia el sur, a Chile.
Francis cierra los ojos un instante. Rewind, Play: Caroline, parada del otro lado de la tranquera el día de su partida, le arroja besos efusivos. Stop.
Infidelidad: el vértigo de un salto al vacío…
Elegante y muy amable, siempre de buen humor, el anfitrión es un hombre de buenas costumbres y reconocida moral. En un acto de solemnidad, le devuelve una sonrisa a Cleaud, pero ya se las ha ingeniado para pararse justo en la cornisa, con un pie dentro de la casa y el otro bajo la arcada de salida al balcón.
Afuera, relámpagos parecen atravesar la noche; los perros huelen la tormenta; la servidumbre se encarga de cerrar algunas ventanas para luego reunirse en el sótano. Súbitamente, un fuerte viento azota la casa; las puertas del balcón se cierran y se abren como violentos parpadeos; unas nubes densas, bajas, ocultan la noche estrellada e impiden ver la luna.
Infidelidad: principius individuatoris en el momento exacto.
Un antiquísimo reloj de pared suena, indicando las doce. La sombra de Francis se diluye en la oscuridad del balcón. Instinto. Un gato se envalenta y arrincona a un ratón; arriesga un zarpazo que apenas roza a un ratón.
El roedor parece reír, su figura crece, se hace fuerte; y así como a veces la presa a punto de ser devorada, enseña sus afilados colmillos, también un ratón puede volverse un animal devorador. Hambre. Las bocas de los comensales se abren; la carne de cerdo chorrea una salsa espesa, roja, caliente; los dientes muerden una y otra vez; los cuerpos gastan oxigeno, transpiran; los ojos se inyectan de narcótica lujuria. Desde lo profundo de una de las fuentes de plata, suben y bajan cucharones con guisos picantes que fueron cocidos con paciencia, en silencio; ahora es el momento de ser deglutidos de un solo bocado.Desde lo profundo de una de las fuentes de plata, suben y bajan cucharones con guisos picantes que fueron cocidos con paciencia, en silencio; ahora es el momento de ser deglutidos de un solo bocado. Violencia. Un caballo desbocado rompe las puertas que estaban trabadas, irrumpe violento, agiganta la risa contagiosa del ratón. El bosque es un paraíso dionísico proyectado dentro de la casa, donde se mezclan verdes desprejuiciados, marrones exaltados, azules socarrones.
Música. En los techos, la sombra del caballo que todo lo arrasa se confunde con las sombras de quienes ya han perdido el control y bailan solos, dando vueltas y vueltas, bajo el embrujo ensordecedor de los aullidos y los gemidos provenientes del balcón.
Infidelidad: un baile fiel sólo a sí mismo.
Al alba, todo es quietud y silencio, muerte y olvido. En la casa sólo se oye el tic tac de un viejo reloj de pared recorriendo los pasillos vacíos, tan vacíos como esa sensación de que el amor contemporáneo, de vez en cuando, destiñe.
Al alba, todo es quietud y silencio, muerte y olvido. En la casa sólo se oyen el tic tac de un viejo reloj de pared y los pasos de una dama recorriendo los pasillos vacíos.
Descalza se va. El pelo oscuro (ahora recogido en un rodete sobre el cuello); sus ojos todavía entrecerrados, pero con las pupilas dilatadas como dos uvas, grandes y oscuras. Aquella dama abre la puerta de la parte trasera, gira su cabeza hacia el interior del caserón, sonríe. Sus labios están desbordados de rojo rouge, y en su paso ha dejado una estela que se va desvaneciendo de a poco.
Infidelidad: ¿qué le queda a un corazón desacelerando?
Camino al pueblo, un hombre, en la presurosa marcha de quien supo ser victorioso en los juegos olímpicos, se sacude la noche para quitársela de encima. A ese hombre sólo le ha quedado el sueño de recuperar su resplandor apolíneo en alguna carta de su fianzé, esperándolo tal vez en la oficina de correo.
Y ese hombre hará lo que la razón le dicte hasta asesinar el dolor incontenible que le provoca la duda de no saber quién es en realidad. Lo hará aun a costa de quedarse con esa angustia absurda de un día como cualquier otro, y olvidarse de todo. Muy atrás ha quedado el balcón, y un vals, imperceptible. Un secreto, recibiendo apenas la luz del amanecer.
de don Genaro. Escenas de un vals apasionado
pertenece al libro “Amor devorando – historias cruzadas”
dongenaro@hotmail.com
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